Arrepentimiento

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A propósito de los dos primeros volúmenes de la serie Dos Amigas de Elenea Ferrante.

Todos fuimos primerizos y nos reconocemos fácilmente en quienes lo son. Envidiamos, ya malogrados, la juventud de quien la posee sin saber cuán afortunado es. Míralo allí, susurramos, jugando con su cuerpo entero y lleno de energía como un pequeño diablo de cola ágil. Ya quisiera ser yo así, decimos ciegos por las cicatrices que el tiempo ha dejado en el iris de nuestros ojos. Intentamos determinar ese punto en que todo cambió y tomamos las decisiones equivocadas. Yo que hubiera podido ser un gran futbolista, que hubiera podido ir a la universidad, que hubiera podido ser un artista de renombre o haberme casado y tener hijos o no haberlo hecho y haber recorrido el mundo entero.

A los recuerdos, casi siempre, hay que ayudarlos ya sea con sabores (oh, magdalenas) o con recuerdos que robamos afanados por el hambre de la posguerra. La infancia de otro, similar como lo son todas, para que la propia tome vida. Para que los días de sol bajo el árbol de la abuela se coloren con el filtro del tiempo. No importa que de niños también sufriéramos, envidiáramos los juguetes de los demás, la atención de los padres de nuestros amigos o temiéramos los castigos de los profesores. El recuerdo es siempre perfecto, un territorio ideal, siempre mejor al presente.

La literatura es una gran fuente de ellos, un gatillo que se dispara noche tras noche llenando el ambiente de una pólvora que nos irrita y reanima. Kafka, Proust, Mishima, Bernhard, Salinger. Todas sus infancias son parecidas. Los primeros pasos, la primera clase, el primer beso, el primer desamor; la necesidad imperiosa de matar al padre. Y a pesar de que la lista es larga, y no se detiene, son todas obras que, si cuentan con una calidad mínima, nacen con un público seguro. Un ejercito voraz que se da vuelta y retuerce en las páginas manchadas de intimidad ajena.

Elena Ferrante, último hallazgo del establisment neoyorkino, lo hace desde los lugares ya recorridos por otros. La infancia llena de necesidades en la Nápoles de los años 50, una madre fastidiosa, una amistad a prueba de fuego, el primer beso, el primer desamor, las primeras envidias, un desfloramiento desesperado y vergonzoso. No hay nada nuevo, ni en la trama ni en la forma deliberadamente clásica y realista. Pero es única, es un mundo propio y coherente. Un recuerdo real listo a disparar millones de recuerdos más. Los del ejercito del arrepentimiento.

Publicado originalmente en El Espectador. 

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