El sol casi ha bajado por completo y ahora se impone una oscuridad azul manchada por los focos amarillos de los carros. ¿Dónde se encienden las luces? Tantea el tablero, pero sólo consigue activar el limpiabrisas que raya el panorámico con el polvo acumulado en la tarde. Un camión la cega y deja de distinguir cuál es el límite entre la carretera y el abismo. En vez de frenar, aumenta la velocidad girando unos centímetros a la derecha. Siente que pasa sobre un bulto o un hueco y acelera un poco más. Cuando el camión está detrás suyo, respira aliviada dudando si llevarse el gato a casa de G. Teme, como le han dicho, que no se adapte al nuevo hogar, huya y lo atropellen en la avenida.
El tráfico se detiene y los pitos resuenan en la vegetación del páramo. El marido de la mujer caída corre desde el puesto de comida y grita su nombre una y otra vez. Cuando llega al arcén ve que del cuello sale una línea de sangre espesa que se revuelve con la mugre de la carretera, arena, fragmentos de stops triturados y hojarasca. La recoge tembloroso al tiempo que ve cómo su pecho de silicona sale de la blusa; intenta taparlo con las manos manchadas de sangre, pero se le escapa por entre los dedos.
Aún esperan a la ambulancia cuando los investigadores de homicidios llegan en sus patrullas cuatro por cuatro. Él no vio nada, sólo escuchó el grito. Sí, sí discutió con ella pero él salía del baño cuando el accidente. El chico que cuida los carros dice que fue un Camaro amarillo, otros clientes confirman su versión. Amarillo con rayas negras. Uno dice que no era amarillo sino verde. ¿Quién manejaba? Pregunta uno de los policías con un esfero bic entre los labios. Una vieja, de seguro. El marido voltea hacia la Pathfinder que refleja las luces cíclicas de la patrulla. Desde allí pude ver que en el puesto del copiloto aún está la bufanda y el bolso de su mujer. Siente pánico ante la perspectiva de entrar al carro y no saber qué hacer con ellos.
G la recibe con una copa de Pinot Noir. Pasa la copa por su nariz y le da vueltas como si fuera un experto. Cosecha del 2002, dice, un año magnífico para el país. Le pregunta si le gustó el carro y se acerca y la coge de la cola levantándola unos centímetros del suelo. No cupo sino una maleta, susurra ella mientras ve confundida la pequeña abolladura en el guardabarros delantero. Él no se da cuenta, su mano ya está debajo del vestido. La tiende sobre el capó, aún caliente, sube la falda a la altura de sus caderas y corre a un lado los panties al tiempo que la besa y derrama vino por su cuello.
Piden sushi a domicilio y antes de comer ella le toma una foto al plato y la sube a Instagram. ¡De celebración! #FoodPorn #SushiFriday #NewLife #RealLove, escribe. G, con la boca llena de arroz, comenta que debe volver al pozo a la mañana siguiente. No te preocupes, vienen a recogerme. Ella mira hacia el garaje, una mirada instintiva que no puede evitar. Para disimular va detrás de su novio y le da un masaje en los hombros que siente duros como un saco de arena. Se me olvidaba, dice él levantando la cabeza. Busca entre los bolsillos de la chaqueta y saca una tarjeta negra con el nombre de ella grabado en letras plateadas. La vuelve a besar y a coger de la cola; tiene, se da cuenta ella, un grano de arroz entre la barba espesa que le molesta cuando él mete la lengua hasta el fondo. Esta vez usan la mesa de acero inoxidable que está en el centro de la cocina.
No hay muchos Camaros en la ciudad y cada vez que ve uno se acerca, mira quién lo maneja y anota el número de la placa. Sabe por su experiencia en los juzgados que de poco o nada servirá la lista en manos de la policía. Así que decide llamar al Capitán. De casualidad está en la ciudad y quedan de verse en un bar cerca del batallón. Piden una botella de Old Par y hablan de sus tiempos en la costa cuando él lo defendió de la acusación de la ONG. El capitán ahora está asignado en la selva, pero sus contactos se extienden por todo el país. No se preocupe, Doctor, por usted lo que sea, dice y señala a un par de chicas en minifalda para que se acerquen.
El gato está nervioso y antes de abrir cada ventana o puerta, hay que encerrarlo en la cocina. Esta vez decide encerrarlo en el estudio, que es más amplio y lleno de cosas con las que puede jugar. Duda si desayunar una manzana o un batido de proteínas. Se decide por la manzana, hoy no tiene ganas de ir al gimnasio. Sale, más bien, a recoger el carro en el taller que está a cuatro cuadras de la casa de G. De vuelta le comprará un juguete al gato y llamará a S para invitarla a almorzar, quiere hablar con ella de E que ha vuelto a aparecer y no sabe si darle alas.
En el taller le muestran el trabajo que hicieron con el guardabarros. Se acerca y se aleja como aprendió a hacer con las obras de arte en la universidad. Ahora le parece que el guardabarros está más amarillo que el resto del carro. Le reclama al encargado quien la tranquiliza asegurándole que mandaron a traer la pintura directo de Estados Unidos. Mire, dice y le muestra un tanquesito con la referencia del color impresa en una etiqueta blanca. Paga, enciende el motor y se siente sucia como si el Camaro, que apenas tiene semanas, ya fuera un vejestorio al que le sonara cada parte de la carrocería. Con el dinero de la separación podrá comprarse uno nuevo, tal vez un Bently Continental color rosa.
Da un rodeo hasta la tienda de mascotas y parquea en el único espacio disponible en la zona de discapacitados. El sol da en el carro que brilla como brillan los carros en las películas de chicas angelinas que caminan por Rodeo Drive con tres bolsas en cada mano. Saca el teléfono, toma una foto y la postea. ¡Vida nueva, carro nuevo! #BlackAndYellow #BlackAndYellow #BlackAndYellow, escribe. Su madre aparece en la pantalla del celular, desvía la llamada, no piensa girarle un peso más, y entra a la tienda. Merodea entre los estantes con el bolso vibrando hasta que se decide por un spray de aceite de mariguana que le recomienda el encargado. Así están más tranquilos cuando se los deja solos o se los cambia de ambiente. Deme dos, el otro es para el gato de una amiga.
¿Uste es la dueña del Camaro?, pregunta en la puerta un moreno musculoso que apenas le da a la altura de los hombros. ¿Habrá dejado mal parqueado el carro? La clavícula del hombre sobresale de la camiseta verde y forma un robusto cuello que parece de mármol negro. Sí, contesta cuando un brillo va hacia ella y la atraviesa. El dolor es leve, en cambio el mareo es instantáneo. Alcanza a llegar al carro y sin fuerzas se tiende sobre el capó. Su sangre es ligera y brilla al sol del medio día.