Hotel Bogotá

Hotel Bogotá

Supe del Hotel Bogotá dos meses después de haber estado en Berlín. Lo conocí por una serie de fotografías de Karen Stuke, quien también había representado la novela Austerlitz de Sebald por medio de imágenes y a quién llegué por esa obra. El proyecto del Hotel Bogotá surgió al anunciarse su cierre definitivo en 2013. Stuke tomó fotos de los últimos huéspedes usando altos tiempos de exposición y registrando cuerpos móviles en camas de tendidos desechos.

De haber sabido del hotel antes de mi última visita a Berlín, hubiera ido a fotografiarlo y hubiera escrito un cuento a lo Sebald donde fantaseara con una noche entre sus paredes sucias. Por esa razón, cuando supe que Ángela iría a Berlín en su viaje europeo, le pedí el favor que tomara unas fotos del 45 de la calle Schüter. Habían pasado dos años desde el anuncio del cierre del hotel, así que temía que ya lo hubieran demolido y hubieran construido un Zara o Mango sobre sus cimientos. Pero no importaba, eso lo haría aún más interesante.

Antes de ser hotel, el 45 de la Schüterstrasse fue el estudio de Yva, Else Ernestine Neuländer-Simon, fotógrafa judía de modas, desnudos e imágenes surrealistas. En un autorretrato de los años veinte, Yva aparece con la cara difuminada por mosaicos ondulantes y las manos recogidas en el pecho. El rostro es joven, no debe de tener más de treinta años, pero la expresión es extremadamente calma y seria, casi de ultratumba.

Allí, a mediados de los años treinta, en el loco Berlín de los años treinta, Yva recibió como aprendiz a un joven fotógrafo de espaldas anchas, coqueto y vestido con una chaqueta larga de cuero. El joven Helmut, también de origen judío, había dejado la escuela a los 16 años y se dedicaba desde entonces a nadar dos kilómetros diarios en el lago Helensee, a echar mano de las jovencitas rubias que veía en los buses y a tomar fotos de la noche berlinesa. Helmut entró al estudio de Yva queriendo convertirse en un reportero de acción, a lo Robert Capa, y aprendió en cambio a revelar las viejas placas de medio formato, a preparar los químicos de revelado y a lidiar con el ego de las modelos. Por las tardes Yva le dejaba a él, y a otra aprendiz exalumna de la escuela Bauhaus, el estudio libre para que invitara a sus amigos, bailaran jazz y bebieran mientras se tomaban fotos unos a otros.

A diferencia de Yva, Helmut Neustädter escaparía del holocausto nazi. Con el último dinero de su familia, antes propietaria de una próspera fabrica de botones, huiría vía el Expreso de Oriente a Singapur. De allí embarcaría a Australia y después a Londres donde se cambiaría el apellido por Newton y se convertiría en uno de los fotógrafos de modas más reconocidos del siglo XX.

En un autorretrato parisino de 1981, una modelo de pecho generoso, vientre liso y caderas regias, posa desnuda ante un espejo de cuerpo entero. En una esquina se ve a Helmut encogido detrás de una Rolliflex. No se le ve la cara, pero viste un gabán que le llega más abajo de las rodillas, un jean de bota recta y unos tenis blancos de marca Adidas. Al lado del espejo, sentada y mirando a la cámara, está su mujer, Jane, quien apoya la cabeza sobre la palma de su mano izquierda en una expresión de resignación o cansancio.

Durante la Segunda Guerra Mundial el 45 de la calle Schüter fue un cuartel Nazi. En los años 50 Heinz Rewald, quien volvía de su exilio en América Latina, alquiló el edificio, lo convirtió en hotel y decidió ponerle el nombre de la ciudad latinoamericana que lo había recibido de forma tan cariñosa y servil. El Bogotá se conoció años después como una versión berlinesa del neoyorquino Hotel Chelsea por los bajos precios de las antiguas habitaciones del servicio que permitieron el paso de artistas y futuras estrellas de rock.

Cuenta Helmut Newton que en los tempranos años 60 volvió al 45 de la Schüterstrasse junto con su esposa. Ya como fotógrafo oficial de Voge Inglaterra y apunto de trasladarse a París donde su carrera exploraría, Newton pide al ya viejo Rewald que le muestre el quinto piso del hotel, el que antes era el estudio de Yva. Rewald, reacio y temeroso por el pasado nazi del edificio, los acompaña en el ascensor. Entran y Helmut ve que el estudio está tal y como su antigua maestra lo había dejado a finales de los años 30. La lámpara de cristal en forma de araña, la mampostería de madera oscura y las fotos de modelos rollizas colgando de las paredes.

Ángela me escribe que parte de la calle Schüter está cerrada como depósito de material de obra. Entra a un estanco y le pregunta a la dependienta, que asegura hablar un poco de inglés, por el Bogotá. Ella asegura que el hotel ya ha cerrado y que ahora pondrán allí algunas tiendas de lujo. Ángela le agradece y toma fotos del edificio que la señora señala. En ellas se ve la fachada cubierta por una lona que promociona el iPhone 6, Fotografiert mit dem iPhone 6, dice, tomadas con el iPhone 6, y aparecen dos fotos gigantes, una de una mano iluminada por la luz de un prisma y otra de una flor de tonos blancos y grises. Bajo la lona se ve un aviso de Bvlgari, boutique de joyas que Helmut seguramente saqueó en París para vestir a sus modelos de Voge.

En el mensaje, Ángela bromea y me dice que deje de amar tanto a Bogotá. A ella Berlín, por ejemplo, no le gusta tanto por parecerse a esa ciudad nuestra encerrada entre montañas. Sonrío e imagino que soy el joven Newton, antes Neustädter, que espera a que Berlín oscurezca y se enciendan, uno por uno, los faroles para salir con la cámara al hombro a cazar historias.

¿Cuándo vuelves?, le pregunto a Ángela en el siguiente correo.

 

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *