Todos somos guacherna

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Perfil del escritor Juan Cárdenas a propósito de su última novela Ornamento.

Todo comienza por el mito de una biblioteca. Borges decía haber leído el Quijote antes de los diez años en la versión inglesa de la biblioteca de su padre. Juan Cárdenas dice, antes de la presentación de su última novela en el Fondo de Cultura Económica en el centro de Bogotá, haber crecido en una biblioteca socialista. Lo dice muy tranquilo, con ese acento suave que es una mezcla de caleño y rolo, a veces madrileño. Cárdenas viste en tonos grises, camisa negra, saco en cuello redondo y zapatos deportivos de tela. Tiene treinta y siete años y el pelo corto le comienza a crecer bien arriba de la frente. Era la biblioteca de mis viejos, dice, muy metidos en política y de izquierda, los libros llegaban de China en barco por el puerto de Buenaventura. Había autores como Pablo Palacio, Enrique Lihn y Felisberto Hernández. Allí se creó primero como lector.

Recuerda haber crecido en una Popayán en ruinas por el terremoto del 83. La casa de su abuela quedó hecha escombros y ésa fue, dice, la primera ruptura familiar. En 88, en el peor momento del paramilitarismo en Colombia, los padres de Cárdenas salen exiliados a Perú. Viven un año largo en Lima, en el barrio de Chorrillos, al sur de Miraflores. Juan absorbe el acento peruano y cuando vuelve a Colombia, se la montan en el colegio y lo llaman cholo. Fue muy educativo, dice a punto de comenzar la presentación.

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Literatura y redención

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Tras el éxito de El mapa y el territorio (2010), había expectación en el mundo literario sobre la próxima novela de Michel Houellebecq. El escritor francés, conocido por reaccionario, racista y xenófobo, había callado las críticas de más de una década al ganar el premio Goncourt de 2010 con una novela que exploraba el mundo del arte contemporáneo y la soledad de la genialidad artística. ¿Cual sería la siguiente obra de un escritor que mejoraba trabajo a trabajo y que, odios aparte, parecía dirigirse a la Pléiade, el sello de clásicos élite de la editorial Gallimard? A finales de 2014, después de estrenar la película L’enlevement de Michel Houellebecq donde Houellebecq hacía de sí mismo, se conoció el argumento de Soumission (Sumisión). Ésta sería una novela de distopía política, al estilo del Un mundo feliz o 1984, en la que Francia es gobernada por un régimen islámico.

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Zama

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No sé cuándo me enteré de que Sensini era di Benedetto y que Ugarte era Zama. Será hace más de un año en Barcelona, donde fui consciente de que la mayoría de los personajes de Bolaño eran reales. Eso, sin quererlo, lo hizo más humano, más capaz de errar: cada texto suyo cobró un valor no tanto literario, sino periodístico. Saber que sí, la vida es cruel con todos, pero aún más con los escritores o los locos que quieren dedicarse a la literatura.

Supe, entonces, que Sensini era real y que se llamaba di Benedetto, un argentino también de origen italiano, que había publicado novelas que le merecieron algún reconocimiento y que, por culpa de la dictadura, había huido a España donde era ignorado y donde vivía del dinero que le proporcionaban los concursos literarios de provincia. Entonces, hace meses, me enteré de que la desesperación era real, de que Sensini era real y que se llamaba Antonio di Benedetto y que su novela más famosa, Ugarte, era en realidad Zama por el protagonista de ésta: don Diego de Zama, corregidor del moribundo Virreinato de la Plata. Y me dije: tendré que leer esa novela algún día a ver qué tal es, como se dice de muchos libros que no buscamos si quiera, y la olvidé entre otras más urgentes.

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El fisgón

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Primer capítulo de la novela El fisgón presentada como tesis en el Master de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, en septiembre de 2014. Dirigida por Jorge Carrión.   

—¿Sí ve esos carteles que están allá arrimados? —dijo señalando con la boca—. Pues todas esas me las he visto.

—Yo también me he visto casi todas, acá y en otros lados.

—¿Qué tamaño prefiere?

—Deme el cucurucho grande. Sí, ése.

—Hoy presentan una película de Brando después de ésta —dijo arrastrando la montaña de palomitas de maíz con el cucurucho—. ¿Vio el cartel? Hágame el favor esa hembrita.

—Ese cartel lo hizo un amigo mío.

—Qué va, ¿en serio?

—Cuando lo vea fíjese en la firma. Debe decir Richie justo debajo de la Torre Eiffel.

—¿Richie?

—Sí, por Richie Ray.

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San Jordi

san-jordi-1Dicen que un día de primavera un dragón muy malo llegó a las puertas de un reino muy próspero. Para que el dragón no entrara a la ciudad, el rey mandaba cada tanto corderos para satisfacer el hambre del animal. Ésta era insaciable y cuando se acabaron los corderos el rey tuvo que comenzar a mandar hombres, campesinos y siervos, que él convencía asegurando riquezas para sus familias. Pero el dragón, ni bobo que fuera, quería más. Si no me entregas a tu hija, la princesa, destruiré todo tu reino con el fuego que me nace de las entrañas. Cumpliendo con su deber, y luego de una noche de ruegos, la princesa se puso los mejores vestidos de su guardarropa y salió del castillo ante la mirada ansiosa de los súbditos. Por el camino, no muy lejos de las murallas de ciudad, se encontró con un caballero. Me llamo Jorge, le dijo mientras se quitaba el casco de la armadura. La princesa le contó el suplicio por el que estaba pasando y Jorge, sabiendo lo que tenía entre manos, prometió salvarla. La princesa se presentó sola, como había prometido hacerlo, y cuando el dragón confiado se disponía a sacrificarla, Jorge apareció de entre las sombras y le cortó la cabeza. De la sangre que llenó el suelo rocoso nació una rosa roja que Jorge desprendió y regaló a la princesa. De vuelta al reino fue recibido entre vítores y a cambio de sus servicios el rey le concedió la mano de su hija y lo llenó de riquezas.

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Línea letrada

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En una foto de su hijo Rodrigo, García Márquez aparece descalzo detrás de un escritorio pequeño. El afro le comienza a crecer, como será la moda que se imponga en los años 70 y como lo llevará de ahí en adelante. Está fino, como como el púgil que lleva una racha larga de knockouts. Un rostro maduro, relleno, con algunas canas y la serenidad que le ha dado la experiencia y la confianza en sí mismo. El escritorio, en el que apenas cabe una máquina de escribir y algunas hojas mecanografiadas, es tan pequeño que impresiona que allí haya podido escribir su mejor obra. Allí, en ese escritorio liliputiense, García Márquez se sentó descalzo a la luz del mediterráneo y escribió un poema de trescientas páginas sobre la belleza y el horror del poder.

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